domingo, 23 de diciembre de 2007

CUENTO

EL DESFLORE DE AURORE DUPIN

Se celebraba el retorno de Napoleón Bonaparte a París por sus últimos cien días de gobierno y en Nohant, la propiedad de sus abuelos paternos, una niña de apenas doce años gemía bajo el peso de un joven atrevido y soez llamado Vendome.
Detrás del cellar donde se guardaban los mejores vinos, sobre piso semihúmedo del cobertizo de los caballos, se reunían el amante y la niña-mujer cuyo genio dominaría la producción novelesca de Francia, e influenciaría a luminarias como Víctor Hugo, Flaubert y Mallarmé: George Sand.
El amante, fogoso y varonil, después se gastaría en la era de la Francia indecisa entre el imperio y la república. Ella, descubierta por su abuela, miembro de la antigua noblesse, como castigo sería confinada a un convento regido por monjas agustinas británicas.
A George le gustaba la fuerza con la que él la poseía cada tarde del verano del año 1817, o quizás corría ya el 1818, lo cual no cambiaría materialmente esta historia. Ella esperaba a Vendome sin las trabajosas indumentarias propias del uso de las damitas de la época; sólo la capa larga, los cortos pantalones y las altas botas de piel. Se veían y, después, al terminar el goce carnal, comían manzanas verdes.
Sus pezones entonces apenas alcanzaban la altura de dos huevos fritos. Ella los sentía entrar y salir de los labios de Vendome. Al principio le acosquillaban sus besos. Pero, después, con el surgiente calor del estío, Aurore aprendió a manejarse mejor en la búsqueda del placer.
George Sand lo describía años después con intensa melancolía: “Poseía una profusa cabellera negra, ojos de andaluza, color tabaco de España y la figura ágil de una amazona que parecía tomar el porte bravo de un húsar”. Su fuerza la cautivó toda la vida; su memoria continuó imborrable.
J.A.CANTO, MBA

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