Henry Miller: Su Creatividad
Los que hemos leído a Miller sabemos lo que nos atrapa de su prosa. Hay poderosas imágenes, metáforas, tropos a veces chocantes, titilantemente descriptivos de un ambiente donde florecen "Les fleures du mal". Toma las partes por el todo, el sexo, su genitalia, por el hombre o la mujer y las describe reiteradamente-- eso es prosa. Entonces, Miller entra en materia puramente poética, usa una serie deslumbrante de símiles, metáforas del coito, erotismo de altísima calidad con una profusidad de epítetos, adjetivos del saber carnal, lascivo. Es simplemente imaginación desbordada que incidenta los límites de la cordura y corteja los linderos de la enajenación.Miller no es un literato clonable. Cualquier esfuerzo por imitar su prosa fracasaría. Es prosa ágil, profunda, erudita, escosorizante.
Engrosa al lector en las intimidades de un "yo" narrativo de espeluznante vigor y aparente honestidad. Miller imprime verosimilitud a su obra por sus múltiples escenas con apariencias autobiográficas. Estos retratos del New York de los años treinta del pasado siglo a nadie que conoce la historia les parecerían imaginarios. Esas vivencias en la megápolis de acero son narradas en primera persona e inimitables tanto en forma como contenido. Siempre encontramos intencionalidad, una madurez de propósito inquietante en Miller.
Excluye toda puerilidad. No era un místico, era amoral. Carecía de empatía por los caracteres que usaba. No era un iluso, sus irónicas referencias en el ámbito de las artes tienen la solidez de un intelectual sin porosidades estilísticas.Su estilo narrativo no depende para su brillantez y atractivo de la descripción de escenas morbosas, o de las que apelan al peor de los instintos. No, es creatividad literaria en total fluidez hasta tornarse en torrente de imágenes alusivas al devenir humano.
j.a. canto, MBA
miércoles, 30 de enero de 2008
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