lunes, 31 de diciembre de 2007

CUENTO

La Exhumación

"Al final no quedan imágenes o recuerdos, sólo quedan las palabras". J. L. Borges

Éramos dos. Kaska de la Sureté y yo. Habíamos acudido al cementerio de la Sacre Coeur en Paris por órdenes judiciales que requerían la exhumación del cadáver de M. Pouborsky. El había muerto, o así se creía, hacia ya un lustro en circunstancias misteriosas mientras comía el almuerzo en el restaurante "Le chateau francais" de la rue Pompideu. A instancias de su viuda, una joven artista de fama local abrimos un caso de posible asesinato en vez de suicidio como indicaba el parte policial. El experticio post mortem, obligatorio en Francia, no se efectuó inexplicablemente. El cadáver fue enterrado el mismo día de su muerte con las mismas ropas que entonces llevaba. Sarah, la joven viuda, se encontraba en Berlín de tour artístico aquel día fatídico. No aceptaba ella que un hombre como él de tantos años, dueño absoluto de la editorial parisina " Le Matinée", diabético, se hubiese suicidado al ingerir muchos dulces de chocolate.
El día de su muerte había puesto en circulación una obra teatral que traducida al francés llevaba el titulo de "Le Remarque de Pouborsky". Decía que le intrigaban los múltiples cambios de roles que deberían hacer los actores protagonistas y la crítica social simbolizada por los inodoros en escenario. Al final, el lebensraum de los protagonistas se reduce al espacio ocupado por una cama.

Leí de nuevo el acta de defunción. Era la de un europeo poseedor de atractivos rasgos faciales caucásicos. Era un hombre blanco con los recursos económicos que le permitían vivir cómodamente, holgadamente. En unas semanas nos llego el informe sobre el experticio. Eran los restos de otra persona: negroide, con rasgos claramente africanos y mucho mas joven. Causante de su muerte: cianuro. Un misterio ¿quien era el sustituto del cadáver de M. Pouborsky? Pouborsky había desaparecido. "otro misterio", dijo el teniente Kaska. Kaska y yo decidimos cerrar el caso suscribiéndonos a la teoría del suicidio. Seria más humano dejar un lugar donde una viuda histérica pudiese peregrinar, mientras simultáneamente, habilitábamos una fosa donde los huesos de un negro pudieran descansar.
j. a. canto, MBA

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